El juego: puente de colores para la niñez con autismo
- Lcdo. Fernando A. Cuevas Quintana
- 2 abr
- 3 Min. de lectura
Comencemos imaginando a una niña que pasa horas organizando sus muñecos en fila sin pronunciar una sola palabra, pero con una concentración incuestionable. Para muchas personas adultas, en primera instancia les podría parecer desconectada del entorno, sin embargo, si nos damos la oportunidad de mirar con otros ojos, quizás descubramos que está construyendo un gran puente. De momento es una ruta trazada hacia su mundo interior y sin darnos cuenta estamos delante de su forma de interpretar el mundo, un espacio que le hace sentir segura y cómoda.
En una sociedad que privilegia la rapidez y los estándares de “normalidad”, el juego emerge como un lenguaje auténtico y natural en la niñez. Es desde este lugar que podemos comenzar a acercarnos al mundo construido por la niñez el cual respeta sus procesos sin que se les exija encajar de una forma particular.

El juego, en sus múltiples formas (desde lo sensorial hasta lo simbólico) puede ser una puerta de entrada para acompañar al mundo interno de cada niño o niña según sus necesidades y preferencias. El juego no es un simple pasatiempo ni una recompensa por buen comportamiento, es el idioma natural de la niñez. Es a través del juego que estos expresan lo que sienten, procesan sus emociones, exploran conflictos internos y establecen conexiones con el mundo. Esto cobra aún más relevancia cuando hablamos de niños y niñas en el espectro del autismo u otras condiciones del neurodesarrollo. Para muchos, el juego es su voz, su narrativa, su manera legítima de comunicarse con quienes les rodean.
Lo que a simple vista puede parecer una “conducta problemática” puede responder a una necesidad sensorial, una búsqueda de control o una forma de expresar lo que las palabras no alcanzan a decir. Cuando madres, padres, cuidadores y profesionales se disponen a observar con empatía, sin juicio y con curiosidad genuina, se convierten en puentes entre el mundo emocional del niño o niña y el entorno.
En el mes del autismo tenemos la oportunidad de que en lugar de centrar la relación adulto-niñez en el control, podamos vislumbrar la idea de un vínculo horizontal, basado en la colaboración, el respeto, dignidad y autenticidad. Este tipo de vínculo puede marcar una diferencia sustancial y fomentar las relaciones saludables que deseamos con los pequeños. En lugar de corregir desde el miedo podemos abrir espacios para acompañar desde una intención genuina para conectar con ellos. El juego se convierte entonces en una oportunidad camuflajeada: una invitación a ser parte de sus procesos para intentar comprenderles antes de intervenir, a sentir antes de dirigir, a ser puentes antes que barreras.
En el marco de la neurodiversidad, comprender el juego como forma de comunicación nos ayuda a dejar de ver el autismo como un déficit y comenzar a verlo como una diferencia que merece ser respetada y acompañada con dignidad. El juego ofrece ese espacio donde muchas cosas son posibles, donde ninguna respuesta es incorrecta y nos ofrece una vía concreta, accesible y profundamente humana para encontrarnos con la niñez desde la diversidad. Sabemos que acompañar desde la empatía no siempre es fácil, sobre todo cuando el entorno carece de apoyo o formación, pero ahí también el juego puede abrir caminos de comprensión mutua.
Construir puentes es un acto de amor, pero también de justicia. Una sociedad en la que se haga parte a la niñez comienza reconociendo que cada forma de jugar es también una forma de existir. En esta exigencia todas y todos merecen ser vistos, escuchados y acompañados desde las diferentes realidades y contextos.
Comments